martes, 13 de octubre de 2009

Entrevista imaginaria a Pieter Bruegel el Viejo





—En su obra podemos ver que su temática se centra en la vida de las aldeas o villorrios, en las vivencias de los campesinos. ¿Podríamos afirmar que usted es uno de esos personajes que pinta, es decir, que es usted gente de pueblo?
-Nada más erróneo. ¿Por qué piensa la gente que por pintar escenas de campesinos yo fui campesino? Soy como muchos artistas que han vivido en la ciudad pero que se ven atraídos por la vida rural.

—Y ¿por qué su interés por la vida rural si no comparte nada con ellos?
Mi actitud frente a la vida rústica, es decir, mi interés por retratar su cotidianidad, se debe a mi interés por la psicología del ser humano. Me explicaré. Es en la vida del campo donde la naturaleza humano se advierte con menor disimulo, libre de barniz artificioso y convencional, que en la vida y costumbres de los caballeros y gente rica pueden mostrar en sus retratos donde poco se puede ver, ya que son poses que esconden la verdadera esencia humana.

— ¿O sea que cuando los artistas quieren poner de manifiesto la insensatez de la condición humana, acostumbran a poner un modelo de la vida popular, como usted lo hizo al pintar “Los proverbios neerlandeses”?
—Así es. Pero no sólo retrato la insensatez humana con escenas cotidianas. También he pintado cuadros de desastres provocados por la guerra. Uno de ellos es el que titulé “El triunfo de la Muerte” que pinté en 1562. Ahí se pueden ver todos los horrores de la guerra, los homicidios y la violencia y el exterminio de todo lo viviente.

—Sí, conocemos esa obra suya, da una impresión de un terror sin fin. ¿De alguna manera podríamos afirmar que nos revela aquí con mucha intensidad los abismos de su época?
—Sí efectivamente, he vivido hambres, guerras y saqueos: la gran lucha contra Francia (1556-59), la guerra por la libertad de los Países Bajos (declarada precisamente en 1568), la agitación provocada por la Reforma religiosa de Martín Lutero, la lucha de las imágenes, la ejecución de los Condes Egmont y Hoorn, y finalmente la insurrección de las siete provincias holandesas. En pocas palabras, me tocó vivir el periodo más difícil y controvertido de la historia Flamenca. Muy, muy difícil…

—En su obra también se ven paisajes de otras latitudes. ¿Acaso estuvo en la Italia renacentista y qué efectos tuvieron sus viajes de los cuales se sabe muy poco?
—Antes que nada haré una aclaración: para la época en que viajé a Italia, (1550) los grandes pintores del Renacimiento habían ya muerto (Leonardo, en 1519; Rafael, en 1509; Botticelli, en 1510; Piero della Francesca, en 1492). De todas formas mi viaje fue muy fructífero ya que a mi regreso a mi patria, Holanda, cuatro años después, tuve mi mejor época como pintor. Sin embargo, mi mejor aprendizaje no fue en lo referente al estilo de pintar –mi estilo siempre ha sido único—, sino que gracias a la estrecha vinculación que tuve con el mundo humanista que tuvo sus gérmenes en el movimiento renacentista, pude ver con otros ojos. A esa experiencia se debe mi rica fantasía, mi profunda humanidad. Así nacieron mis cuadros de temas sacros, las alegres escenas inspiradas en la vida y fiestas campesinas. Imágenes que sigo conservando en mi memoria y con las cuales quisiera marcharme de este mundo. Porque la vida a pesar de todo tiene su parte bonita.


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