martes, 8 de septiembre de 2009


El amor a la Patria
Arnulfo Herrera.
Síntesis y comentarios.

Arnulfo Herrera hace un escudriñamiento sobre el significado de Patria. Antes de decirnos algo sobre esto, nos explica qué no es la Patria, para finalizar diciendo lo que a su aparecer simboliza este concepto tan abstracto.

La patria para AH no es la entidad del mapa que los novohispanos veían asemejando su contorno a una cornucopia.[i]

Tampoco es el ámbito geográfico-político que proclamaban los liberales decimonónicos, la Patria de la historia oficial. Tampoco patria es—nos dice Herrera-- una comunidad imaginaria donde todos somos iguales ante la ley, con los mismos derechos y obligaciones; ni tampoco es el ente abstracto e intangible que fomenta el civismo escolar con “las amargas ceremonia de los lunes”.

En realidad –afirma AH—se trata de una patria más íntima. La patria que conforma nuestro pasado y reencontramos en las conversaciones de nuestra generación; pronunciación de las expresiones familiares, la que reconocemos en un paisaje que se parece al que mirábamos desde la ventana de nuestra casa materna.
Herrera nos habla de esa Patria que percibimos en lo más cotidiano… en fin, algo más entrañable y la espontánea que la ofrecida en los símbolos convencionales, el mapa el escudo, la bandera, el himno, la virgen de Guadalupe.

AH ve a la Patria como un sentimiento como un reflejo de nosotros mismos, pero también un reflejo de nuestros antepasados, o simplemente de todas las personas junto a las cuales crecimos.

Llega a la conciencia entonces la fuerza de amor a la colectividad y a los lugares que conforman el escenario de la Patria íntima, dice AH.

“Desde niños nos entrenamos en la permanencia a una colectividad, nos sentimos amparados por la familia, por el equipo de futbol, por el grupo de amigos que viven en la misma calle, por la camaradería del barrio, por la filiación a nuestro grupo escolar, gritamos una porra por la escuela que participa en diferentes torneos, y así la experiencia colectiva se va ensanchando hasta configurar aquella imprecisión que llamamos Patria.
Tal vez más adelante, el egoísmo de la adolescencia nos lleve a poner en duda los valores que nos inspiraron esas colectividades. Plenos de energía, el horizonte que se eleva entonces ante nuestros ojos hizo que cambiáramos la seguridad familiar por el llamado de la aventura que ofrecía la aventura de la calle. Se trata, lo sabemos, de un estado pasajero.
La recuperación con el mundo adulto es también la recuperación de nuestro pasado, de nuestro Yo en toda su integridad”.
A veces recitamos un espejo para revalorarnos y no es esto un acto de narcisismo –nos dice el autor comentado--, al ver nuestra imagen nos rescatamos del vacío que a veces sentimos por las situaciones difíciles por las que atravesamos. Arnulfo Herrera toma el ejemplo la historia del personaje mitológico Polifemo, el cíclope, que al ser despreciado pro la ninfa Galatea por feo, se sume en la contemplación de su imagen, pero no ve a un hombre despreciable sino a un ser con muchas virtudes. Tratando de recobrar su autoestima.

Herrera continúa y nos dice: “Hay otro tipo de espejos que son capaces de devolvernos una imagen mucho más profunda de nosotros mismos que comprende toda la estructura de nuestra personalidad… Es aquella imagen que lleva consigo la remembranza de nuestros ascendentes.

AH nos ejemplifica esto con una escena de la película El Rey león (Walt Disney Pictures, 1994:

"Ha transcurrido ya un buen tiempo desde que el pequeño león Simba llegó con Timón, la comadreja, y Pumbaa, el puerco espín. Iba huyendo de las hienas, de su tío Scar y, sobre todo, de su propio remordimiento por la muerte del rey Mufasa, su padre, en una terrible estampida.

La comadreja y el jabalí acogieron al cachorro en natural hábitat, le enseñaron los secretos de una vida despreocupada ("hakuna matata"), fácil e irrespon­sable. Sumergido en los placeres sencillos de aquel paraíso selvático pero degradado por el abandono de su dieta natural y por el olvido de su condición leonina, Simba permanece aletargado en el ejercicio de una felicidad poco decorosa; aquella de los desharrapados, los tunantes y demás canalla que no alcanza a vislumbrar la existencia de otra forma de vida menos indigna y por eso se ufanan de su condición miserable. Algo, sin embargo, rompe con el encanto de esta cotidianeidad de filósofos cínicos (y "peripatéticos") que habían alcanzado Simba y sus contlapaches: el inesperado encuentro con Nala, amiga de la infancia del joven león, que ha salido en busca de ayuda para la manada, pues el usurpador Scar era incapaz de conducir el reino y librar al hábitat de la devastación ocasionada por las malas costumbres de las hienas. Repuesta de su asombro inicial (del mismo modo que todos en su familia, ella lo creía muerto) y luego de un tierno reconocimiento, Nala le recuerda a Simba sus reales deberes para con la manada, así como el llanto de Sarabi -su madre- por el hijo y el marido perdidos en la estampida y trata de que éste asuma su identidad de príncipe heredero. El león se niega rotundamente a dejar la vida disipada, pero no puede evitar la crisis que le produce aquel encuentro. Apartado de sus amigos y de Nala, mirando el cielo de la noche, recuerda que su padre le dijo una vez que siempre estarían juntos porque, como sus antepasados, él lo estaría mirando desde las estrellas para guiarlo:

-Los grandes reyes del pasado nos miran desde las, estrellas. Ellos estarán siempre ahí para guiarte... y yo también.

Pero no era cierto porque en ese momento que tanto lo necesitaba no podía sentir su presencia en el cielo. Y la culpa de todo, sin duda, la tenía él, Simba, por haberle ocasionado la muerte.

Lo que sigue es la parte del film que nos interesa para hablar del espejo. Rafiki, el sumo sacerdote y cronista del reino; un simio sin edad pero presumiblemente cargado con la sabiduría de los viejos consejeros, había oteado en el viento que Simba vivía aún, que ya era un león fuerte y que podía salvarlos a todos de las ruinas en que los tenían Scar y las hienas. Sólo restaba encontrarlo y convencerlo de que regresara a retar a su tío. Yendo pues "en su busca, Rafiki lo halló en medio de aquella angustia por el pasado, justo cuando estaba mirando al cielo con la esperanza· de vislumbrar en las estrellas una solución para su conflicto existencial.

-¿Quién eres?-. Preguntó Simba algo sorprendido por el aspecto exótico de aquel simio que bailaba a su alrededor.

--La pregunta es ¿quién eres tú?-. Corrigió Rafiki.

-Yo soy Simba-'. Dijo el león, poco convencido de que su nombre le dijera algo a aquel intruso.

-Eres el hijo de Mufasa.

-¿Conociste a mi padre?- . Preguntó intrigado Simba.

-¡Corrección! Conozco a tu padre.

Le dijo que Mufasa estaba vivo y que lo llevaría a donde se encontraba. Hizo que lo siguiera por entre los árboles, hasta un río. 'En el espejo que formaba el agua señaló la imagen de Simba. Por un instante el felino creyó ver a Mufasa en su propia imagen, pero apenas recuperado de la impresión que le produjo la semejanza entre él y su padre muerto, replicó molesto:

-No es mi padre. Es un reflejo.

-¡no! Ahí está –insistió Rafiki-: ¡míralo! Él vive en ti

El experimento del gurú dio resultado. El parecido físico despertó al chico repentinamente del hipnotismo que le había producido la vida sin reglas de aquel improvisado paraíso. Luego de un momento de confusión, Simba pudo comprender las palabras de su padre. En efecto, siempre estaría con él para guiarlo y aconsejarlo.

Como en todo saber revelado que irrumpe en la conciencia gracias a las cosas más humildes, supo de pronto que Mufasa vivía en su interior y que eso estaba a la vista, en aquella imagen que le devolvía el agua. Podría sentir su presencia cada vez que contemplase las estrellas o mirase en algún lado el reflejo de su cara. Había hecho muy mal en olvidar a los suyos y en olvidar quién era él.

Con ese sencillo recurso del espejo y con la connivencia de las circunstancias, Rafiki - consiguió la iniciación de Simba. Se había convertido en un león adulto. Estaba listo para volver a su patria, retar a Scar y, lo más importante, poner en claro la muerte de su padre, de la que se consideraba culpable pero era inocente”.

AH retoma nuevamente el tema del espejo como metáfora del reconocimiento que uno debe hacer de la identidad personal e identidad colectiva:

“El espejo nos da la posibilidad de recuperar en nuestra propia imagen la reminiscencia de los antepasados que viven en nosotros, y con ellos toda una serie de valores. Comenzando con la identidad colectiva que refuerza y le da un profundo sentido a nuestra individualidad. El espejo de Polifemo nos devuelve sólo el amor propio. En cambio el espejo de Simba nos trae un descubrimiento del sentido de nuestra existencia. Uno representa la autoestima del individuo; el otro, la memoria de la especie. Uno contiene el placer y la integridad del Ego; el amor a la vida en su estadio más primitivo. El otro contiene el deber y la conservación de nuestra primera patria, la familia. Ambos se, complementan para la subsistencia de todo cuanto somos, como individuos y como sociedades.

Recuperados estos dos reflejos, estamos en posición de acceder, ya no a una imagen "motivada" --en el sentido técnico, el que usan los semiólogos-, sino a uno de esos signos que nos remiten naturalmente al encuentro de la colectividad. Éstos son ya símbolos, cuya referencia podemos entender aunque sea oscuramente, sin estar muy conscientes del sentido que podamos tener frente a nosotros, del significado que puedan tener esos símbolos. La patria se hace presente inesperada e involuntariamente en cada estímulo de nuestros actos cotidianos para cobijar el repentino desamparo y volvemos fuertes por la pertenencia a un ser colectivo, aun cuando estemos ausentes y sintamos nostalgia. Acto seguido, repuestos de la nostalgia, con la fuerza del ser maduro que hemos logrado gracias a la experiencia de la vida, estamos en posición de devolver el gesto. Estamos listos para actuar por ella.

Nos debemos a la conciencia de pertenecer a un grupo. Y esta fortaleza nos reconcilia con el mundo y con nosotros mismos. La plenitud que nos llena no proviene entonces de la retórica difundida por el Estado; es la convicción de un amor que viene desde nuestro nacimiento (que existía aun antes que nosotros) y que se forja y se agranda en el trabajo de cada día, de cada momento en que habremos de ser nosotros mismos y podremos, orgullosamente, gritar nuestra filiación, reconocer nuestros rasgos, vemos en el "espejo impecable y diamantino" como la patria que llevamos dentro”, concluye AH.



_________________________________
[1] El cuerno de la abundancia, según la mitología griega era el cuerno de la cabra que había alimentado a Zeus de bebé, él lo arrancó y decidió que quien lo poseyera tuviera toda clase de riquezas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario