jueves, 17 de septiembre de 2009






El recuerdo del oso olvidado

Siempre tenemos un recuerdo más grabado que otros. ¿Será porque hay algo de misterioso en él? Los psicoanalistas piensan que sí, y que mientras no se resuelva el misterio nos perseguirá tal reminiscencia.

Cierta noche dos de mis tías nos llevaron a mis hermanas y a mí a un parque muy cercano a mi casa. Tenía como 3 ó 4 años de edad. Ya de regreso por el camino, una de las tías se percató de que habíamos olvidado el oso de peluche de una de mis hermanas; cuando regresamos al arriate donde habíamos estado jugando ya no estaba, para mí fue algo sorprendente, no cabía en mi entendimiento quién había podido llevarse el oso en un lapso tan corto. La oscuridad del lugar le ponía al suceso un velo de misterio.

Tal vez sea éste uno de los recuerdos más antiguos que conservo. La imagen de la alameda de noche poco iluminada hirió mis sentidos: en aquél entonces la visualicé totalmente solitaria e inmensa, de la misma manera en que los infantes aprecian las dimensiones de los espacios haciéndolas aún más grandes de lo que en verdad son, al grado de que cuando crecemos se encogen y decimos asombrados “yo lo veía más grande”; así, la Alameda de Santa María me parecía colosal.

Exagerar mi percepción del lugar en cuestión no impidió que a lo largo de mis 24 años que viví cerca de ahí, se fuera forjando una relación entrañable con ese parque. Ir a la Alameda era el paseo obligado con mi papá los domingos, él se sentaba en una banquita a leer el periódico, mientras mis hermanas y yo jugábamos a su alrededor.

Sería falso afirmar que por aquellos años me sentía feliz: la melancolía siempre fue mi acompañante; sin embargo, sí puedo decir que con el tiempo fue convirtiéndose ese sitio en un símbolo de mi niñez, que buena o mala, representaba algo esencial para mí cumpliendo la sentencia de Freud: “infancia es destino”.

Ahí, en ese Alameda transcurrió mi niñez dotando de referentes y significados a mi forma de ver la vida a la forma de interrelacionarme con los demás a la manera de tomar decisiones a la hora de elegir. Ahí veo al hombre que mientras esperábamos cruzar la calle, me tomaba de la mano. Y divisaba el kiosco morisco imponente. Y siempre el recuerdo del osito.

Llegando a la adolescencia y con la influencia de la sociedad que con su presión* te hace creer ser lo que en verdad no eres, le di la espalda a mi colonia, que cada vez más tomaba rasgos de barrio popular: como toda adolescente quería ser parte de una elite, pero esto duró poco por fortuna: “… la madurez va ganando paulatinamente la batalla”. Un tarde, regresando de la universidad caminando por la calle principal de la colonia donde estaba el edificio donde vivía, me embargó un sentimiento de orgullo por mis padres, por mi colonia, mi familia, orgullo de mi niñez, nada le faltaba nada le sobraba, simplemente porque así había sido; fue el momento que Arnulfo Herrera llamaría “reconciliación con el mundo adulto, la reconciliación de nuestro pasado, de nuestro Yo en toda su integridad”.

De esta forma experimenté el sentimiento de patria que el mismo Herrera define como:

(…) un reflejo de nosotros mismos. Un reflejo que nos defiende de la soledad. Como si al colocarnos frente al espejo pidiéramos ver, de golpe, no solo nuestra imagen de individuos, sino también la imagen de nuestros antepasados y la de nuestros descendientes y la de todos los seres próximos junto a los cuales crecimos y de quienes llevamos algo apenas perceptibles (…). Irrumpe entonces, en la conciencia, la fuerza de ese amor a la colectividad y a los lugares que conforman en escenario de la patria intima.

era el reencuentro con mi colonia, mi Alameda con su Kiosco morisco donde tantas veces jugué viviendo momentos en los que no hay ni pasado ni futuro y apreciamos y valoramos el presente en toda su dimensión. Estaba precisamente en el “escenario de la patria misma”.

No fue casual que al explorar mi faceta artística y tener el lienzo frente de mí haya decidido pintar La Alameda de Santa María la Ribera, o más bien la representación de la alameda que me hice, donde el oso le dio título a la obra. Desde luego que ahí descubrí que no estaba dotada para las artes plásticas, pero ¡qué importaba eso, si a través de mi pintura había plasmado el símbolo de mi identidad, de mi colectividad! Me había mirado en el espejo donde me vi a mí misma y a todos los que me habían acompañado en la conformación de mi biografía.

Los lugares donde crecimos y a los cuales amamos por habernos dado el referente “yo y el mundo exterior”, es el mundo social, que intentamos descifrar e interpretar en nuestra vida cotidiana en el mundo intersubjetivo, dándonos así la posibilidad de integrarnos a la colectividad y a su cultura con su universo simbólico y tener un sentido de pertenencia; de la misma forma ese mundo se ensancha hasta conformar un realidad más grande llamada México.

Ha pasado tanto tiempo después del suceso del oso, que dudo si haya sido cierto lo que he relatado, aún me queda el sentimiento de no tener una explicación que me satisfaga sobre el porqué no estaba el osos ahí, pues éramos las únicas personas en el parque, además el sitio no estaba bien alumbrado como para que lo hubiese podido distinguir alguien más; por otro lado, el tiempo que tardamos en regresar para recuperarlo fue en realidad muy corto. Y es extraño, pero cuando les he preguntado a mis tías y hermanas del suceso traumático, me dice, “¡De verás?, no me acuerdo”, o “creo que sí, pero no me acuerdo muy bien”. ¿Por qué en cambio yo si me acuerdo?, la respuesta es que cada quien vive las cosas de manera muy diferente, le damos el significado a las cosas y a los hechos de acuerdo a nuestra subjetividad. Y tratándose de la capacidad fantasiosa de los niños y niñas, creo que hasta bien pude haber inventado esa historia del oso, al menos tal cual la recuerdo. Hay algo ahí que no he podido descifrar.

Creo que lo mejor es pensar que el Dios Pan, que habita en los jardines, bosques y matorrales, se llevó aquel oso de peluche para obsequiarlo a alguna de las ninfas que moran ahí y llamar su atención. Esta explicación me deja más convencida y tal vez ya deje por la paz ese recuerdo..



*La presión hace que cambiemos muchas cosas en nuestras vidas, desde la manera de vestir, los gustos de música, las amistades con las que convivimos, etc. (Ver dave, Ensayo Identidad y Cultura, Turismo Sustentable, U Caribe, Cancún Quintana Roo)

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