miércoles, 30 de septiembre de 2009

La cultura árabe


La Cultura árabe

por Sofía Maaroufi*


Cuando hablamos de cultura árabe, hablamos de la historia de una tierra común a varios grupos al largo del tiempo, y que fue conquistada por los árabes.

Significado de la cultura

A cada sociedad corresponde una cultura. Así se sucedieron varias culturas que marcaron el tiempo (cultura romana, griega, helénica, india, faraónica, persa etc.). Del siglo VII al siglo XV, los árabes dominaron en todos los ámbitos (ciencias, filosofía, literatura). Durante estos ocho siglos, nunca fue puesta en duda la excelencia árabe. El origen etimológico de la palabra cultura en árabe es muy antigua. Significaba el arte de desarrollar el sentido de la lógica y el espíritu. Hoy en día, la cultura significa la elevación intelectual y social de los individuos y de las comunidades. A parte de representar el sincretismo de ideas, representa generalmente una ética del comportamiento y una moral que dictan el modo de vida de una sociedad. En resumen, la cultura es la síntesis de creencias, valores, idiomas, leyes, comportamientos y experiencias de una comunidad que le permite diferenciarse de otras.

Dos elementos fundamentales de la cultura arabo-islámica son la invariabilidades de sus fuentes absolutas y la abertura al cambio. Esta ultima se manifiesta en la riqueza y la diversidad de la actividad jurisprudencial musulmana. En este sentido, la expresión de « opinión diferente » es muy conocida de los musulmanes. La irreductibilidad de la cultura arabo-islámica está vinculada a la esencia del Islam que consiste tanto en la religión como en el modo de vida a adoptar. De este modo, el Islam se considera universal, completo, justo, realista, objetivo y diverso en la unidad[1].

La cultura arabo-islámica es muy diferente de los otros modelos culturales por su exclusividad. Por un lado, esta cultura tiene su origen en los valores del Islam que se encuentran en el Corán, el idioma árabe, y la jurisprudencia de los Ulemas (teólogos musulmanes). Por su parte, la cultura occidental está fundada en el pensamiento griego, las leyes romanas y el credo cristiano. Otro rasgo muy importante de la cultura árabo-islámica es el hecho de haber logrado el equilibro entre lo racional y lo espiritual.


Tradiciones y costumbres árabes

Teniendo claros los orígenes de la cultura arabo-islámica, hablaremos aquí de varios códigos culturales que caracterizan a los musulmanes de los países árabes. Obviamente se trata de patrones culturales generales que no se respetan en su totalidad, pero que reflejan la esencia de un mode de vida árabe.

El cuerpo.

La obsesión por la higiene corporal se remonta a tiempos mesopotánicos y egipcios donde se relacionaron las enfermedades con la suciedad. Se asocia la limpieza física con la pureza espiritual, como si la primera tuviera un efecto directo en el comportamiento. Así, a falta de agua limpia, se puede usar arena o piedras para lavarse. Como el agua no debe de tocar el cuerpo dos veces, las tinas casi no se usan y se privilegia la ducha simple. De este código cultural nacen los tradicionales hammams (saunas públicos) que se convirtieron en rituales familiares. De este modo, según el horario dividido por sexo, se juntan las personas para disfrutar de un sauna, exfoliación corporal y baño de aguas calientes (únicamente después de la limpieza completa). De esta misma manera, es una costumbre establecida la de ofrecer la posibilidad de lavar a un invitado. Hoy en día se propone al invitado que pase a ducharse sí lo desea, pero antiguamente era un ritual donde los anfitriones lavaban la cara, las manos y los pies del invitado. Es muy común en árabe referirse a los sanitarios como «la casa del agua» o «el lugar de descanso». La limpieza corporal se hace normalmente con la mano izquierda. Por esto solo se usa la mano derecha para comer.

Esta noción de limpieza corporal hace referencia a las abluciones, o purificaciones rituales que se ejecutan antes de un acto religioso. Como los musulmanes oran cinco veces al día, las abluciones son parte de lo cotidiano. Consistan en lavarse las manos, cabeza, boca y pies.

Las mujeres árabes dan una gran importancia a la estética y a los cuidados corporales. Para la depilación, preparan una masa hecha de azúcar y agua, y para perfumarse, usan agua de flor de naranja o agua de rosa (azahar). Los aceites de todo tipo son usados tanto por los hombres como por las mujeres para cuidar la piel. En Marruecos, se usa el aceite de argano para suavisar la piel después de bañarse.

El maquillaje femenino siempre fue tolerado en las sociedades islámicas y es además signo de minuciosidad. Las mujeres suelen delienarse los ojos con khol (polvo mineral mezclado con agua) y tatuarse con henna (hojas de una planta que deja un color rojo oscuro en la piel). En ocasiones especiales como una boda, las mujeres se reunen en una casa y se decoran las manos y los pies con diseños florales o tradicionales con henna. Tiene un significado de suerte y de felicidad. En este sentido, se tatúan también las manos y los pies los niños un día antes del ritual de la circuncisión como una forma de bendición.

En resumen, la estética y el higiene corporal se consideran como unos cumplidos hacia los otros. Es parte de la educción desde la infancia.


Convivencia.

La avaricia es el peor defecto para los árabes. En este sentido, suele no hablar de sus finanzas en público. Por otro lado, la generosidad es la virtud suprema. Dar lo mejor a sus invitados es natural, aun si implica privaciones. Podríamos decir que para los árabes, uno es rico por lo que da. Por ello, apegarse a los objetos es muy mal visto. En este sentido, no es conveniente glorificar de manera exagerada a alguien o algo. Entre más discreto es un elogio, mejor será recibido. Por ello, si está de visita en casa de alguien, suele no admirar en voz alta un objeto porque el anfitrión se sentirá obligado a ofrecerlo. Durante mucho tiempo, muchas cosas (agua, tierras, herramientas) eran de uso común a una tribu, un grupo familiar o una vecindad. La ropa y las joyas se prestaban para eventos especiales. Hoy en día, se conserva esta tradición de compartir. Un buen ejemplo es la boda. Representa el día más importante en la vida de una mujer (para los hombres es la circuncisión que ya mencionamos). Durante la fiesta que puede durar hasta tres días, la novia usara hasta diez vestidos diferentes, los cuales no comprará. Se contratará a una Ngefa (o casamentera) que lleva sus propios vestidos y joyas, y ella se encarga de arreglar y cambiar a la novia a lo largo de la fiesta. Otro ejemplo es la comida. No se come en público si no se puede compartir. Además, una costumbre árabe relacionada con la comida es la de siempre poner unos cubiertos de más en la mesa, en el caso de que llegara alguien a comer. También, el anfitrión suele seguir comiendo hasta que terminen sus invitados. De esta forma, los invitados no se sentirán apresurados para terminar. Recibir alguien con demasiado lujos no es conveniente porque demuestra al invitado que es extraño y es una forma de humillarlo. Todo está en la medida. La hospitalidad escandalosa es reprimida porque es una forma de dominación. De este modo, los enemigos serán recibidos como reyes para humillarlos. Como vemos, la generosidad es un valor muy importante para los árabes. Hay un dicho que dice que « el hombre más virtuoso es el que su mujer no tiene que abrir la boca ». Es decir que es un hombre muy detallista que piensa en todo lo que le podría hacer falta a su mujer, así que ella no necesita pedirle nada.


[1] La stratégie culturelle du Monde islamique, Organisation islamique pour l’Education, les Sciences et la Culture
-ISESCO-, 1997 En linea http://www.isesco.org.ma/index.php


*Graduada en Estudios Migratorios en la Universidad de Montreal

viernes, 25 de septiembre de 2009

jueves, 17 de septiembre de 2009

El recuerdo del oso olvidado




Siempre tenemos un recuerdo más grabado que otros. ¿Será porque hay algo de misterioso en él? Los psicoanalistas piensan que sí, y que mientras no se resuelva el misterio nos perseguirá tal reminiscencia.

Cierta noche dos de mis tías nos llevaron a mis hermanas y a mí a un parque muy cercano a mi casa. Tenía como 3 ó 4 años de edad. Ya de regreso por el camino, una de las tías se percató de que habíamos olvidado el oso de peluche de una de mis hermanas; cuando regresamos al arriate donde habíamos estado jugando ya no estaba, para mí fue algo sorprendente, no cabía en mi entendimiento quién había podido llevarse el oso en un lapso tan corto. La oscuridad del lugar le ponía al suceso un velo de misterio.

Tal vez sea éste uno de los recuerdos más antiguos que conservo. La imagen de la alameda de noche poco iluminada hirió mis sentidos: en aquél entonces la visualicé totalmente solitaria e inmensa, de la misma manera en que los infantes aprecian las dimensiones de los espacios haciéndolas aún más grandes de lo que en verdad son, al grado de que cuando crecemos se encogen y decimos asombrados “yo lo veía más grande”; así, la Alameda de Santa María me parecía colosal.

Exagerar mi percepción del lugar en cuestión no impidió que a lo largo de mis 24 años que viví cerca de ahí, se fuera forjando una relación entrañable con ese parque. Ir a la Alameda era el paseo obligado con mi papá los domingos, él se sentaba en una banquita a leer el periódico, mientras mis hermanas y yo jugábamos a su alrededor.

Sería falso afirmar que por aquellos años me sentía feliz: la melancolía siempre fue mi acompañante; sin embargo, sí puedo decir que con el tiempo fue convirtiéndose ese sitio en un símbolo de mi niñez, que buena o mala, representaba algo esencial para mí cumpliendo la sentencia de Freud: “infancia es destino”.

Ahí, en ese Alameda transcurrió mi niñez dotando de referentes y significados a mi forma de ver la vida a la forma de interrelacionarme con los demás a la manera de tomar decisiones a la hora de elegir. Ahí veo al hombre que mientras esperábamos cruzar la calle, me tomaba de la mano. Y divisaba el kiosco morisco imponente. Y siempre el recuerdo del osito.



Llegando a la adolescencia y con la influencia de la sociedad que con su presión* te hace creer ser lo que en verdad no eres, le di la espalda a mi colonia, que cada vez más tomaba rasgos de barrio popular: como toda adolescente quería ser parte de una elite, pero esto duró poco por fortuna: “… la madurez va ganando paulatinamente la batalla”. Un tarde, regresando de la universidad caminando por la calle principal de la colonia donde estaba el edificio donde vivía, me embargó un sentimiento de orgullo por mis padres, por mi colonia, mi familia, orgullo de mi niñez, nada le faltaba nada le sobraba, simplemente porque así había sido; fue el momento que Arnulfo Herrera llamaría “reconciliación con el mundo adulto, la reconciliación de nuestro pasado, de nuestro Yo en toda su integridad”.

De esta forma experimenté el sentimiento de patria que el mismo Herrera define como:

(…) un reflejo de nosotros mismos. Un reflejo que nos defiende de la soledad. Como si al colocarnos frente al espejo pidiéramos ver, de golpe, no solo nuestra imagen de individuos, sino también la imagen de nuestros antepasados y la de nuestros descendientes y la de todos los seres próximos junto a los cuales crecimos y de quienes llevamos algo apenas perceptibles (…). Irrumpe entonces, en la conciencia, la fuerza de ese amor a la colectividad y a los lugares que conforman en escenario de la patria intima.

era el reencuentro con mi colonia, mi Alameda con su Kiosco morisco donde tantas veces jugué viviendo momentos en los que no hay ni pasado ni futuro y apreciamos y valoramos el presente en toda su dimensión. Estaba precisamente en el “escenario de la patria misma”.

No fue casual que al explorar mi faceta artística y tener el lienzo frente de mí haya decidido pintar La Alameda de Santa María la Ribera, o más bien la representación de la alameda que me hice, donde el oso le dio título a la obra. Desde luego que ahí descubrí que no estaba dotada para las artes plásticas, pero ¡qué importaba eso, si a través de mi pintura había plasmado el símbolo de mi identidad, de mi colectividad! Me había mirado en el espejo donde me vi a mí misma y a todos los que me habían acompañado en la conformación de mi biografía.

Los lugares donde crecimos y a los cuales amamos por habernos dado el referente “yo y el mundo exterior”, es el mundo social, que intentamos descifrar e interpretar en nuestra vida cotidiana en el mundo intersubjetivo, dándonos así la posibilidad de integrarnos a la colectividad y a su cultura con su universo simbólico y tener un sentido de pertenencia; de la misma forma ese mundo se ensancha hasta conformar un realidad más grande llamada México.

Ha pasado tanto tiempo después del suceso del oso, que dudo si haya sido cierto lo que he relatado, aún me queda el sentimiento de no tener una explicación que me satisfaga sobre el porqué no estaba el osos ahí, pues éramos las únicas personas en el parque, además el sitio no estaba bien alumbrado como para que lo hubiese podido distinguir alguien más; por otro lado, el tiempo que tardamos en regresar para recuperarlo fue en realidad muy corto. Y es extraño, pero cuando les he preguntado a mis tías y hermanas del suceso traumático, me dice, “¡De verás?, no me acuerdo”, o “creo que sí, pero no me acuerdo muy bien”. ¿Por qué en cambio yo si me acuerdo?, la respuesta es que cada quien vive las cosas de manera muy diferente, le damos el significado a las cosas y a los hechos de acuerdo a nuestra subjetividad. Y tratándose de la capacidad fantasiosa de los niños y niñas, creo que hasta bien pude haber inventado esa historia del oso, al menos tal cual la recuerdo. Hay algo ahí que no he podido descifrar.

Creo que lo mejor es pensar que el Dios Pan, que habita en los jardines, bosques y matorrales, se llevó aquel oso de peluche para obsequiarlo a alguna de las ninfas que moran ahí y llamar su atención. Esta explicación me deja más convencida y tal vez ya deje por la paz ese recuerdo..



*La presión hace que cambiemos muchas cosas en nuestras vidas, desde la manera de vestir, los gustos de música, las amistades con las que convivimos, etc. (Ver dave, Ensayo Identidad y Cultura, Turismo Sustentable, U Caribe, Cancún Quintana Roo)





El recuerdo del oso olvidado

Siempre tenemos un recuerdo más grabado que otros. ¿Será porque hay algo de misterioso en él? Los psicoanalistas piensan que sí, y que mientras no se resuelva el misterio nos perseguirá tal reminiscencia.

Cierta noche dos de mis tías nos llevaron a mis hermanas y a mí a un parque muy cercano a mi casa. Tenía como 3 ó 4 años de edad. Ya de regreso por el camino, una de las tías se percató de que habíamos olvidado el oso de peluche de una de mis hermanas; cuando regresamos al arriate donde habíamos estado jugando ya no estaba, para mí fue algo sorprendente, no cabía en mi entendimiento quién había podido llevarse el oso en un lapso tan corto. La oscuridad del lugar le ponía al suceso un velo de misterio.

Tal vez sea éste uno de los recuerdos más antiguos que conservo. La imagen de la alameda de noche poco iluminada hirió mis sentidos: en aquél entonces la visualicé totalmente solitaria e inmensa, de la misma manera en que los infantes aprecian las dimensiones de los espacios haciéndolas aún más grandes de lo que en verdad son, al grado de que cuando crecemos se encogen y decimos asombrados “yo lo veía más grande”; así, la Alameda de Santa María me parecía colosal.

Exagerar mi percepción del lugar en cuestión no impidió que a lo largo de mis 24 años que viví cerca de ahí, se fuera forjando una relación entrañable con ese parque. Ir a la Alameda era el paseo obligado con mi papá los domingos, él se sentaba en una banquita a leer el periódico, mientras mis hermanas y yo jugábamos a su alrededor.

Sería falso afirmar que por aquellos años me sentía feliz: la melancolía siempre fue mi acompañante; sin embargo, sí puedo decir que con el tiempo fue convirtiéndose ese sitio en un símbolo de mi niñez, que buena o mala, representaba algo esencial para mí cumpliendo la sentencia de Freud: “infancia es destino”.

Ahí, en ese Alameda transcurrió mi niñez dotando de referentes y significados a mi forma de ver la vida a la forma de interrelacionarme con los demás a la manera de tomar decisiones a la hora de elegir. Ahí veo al hombre que mientras esperábamos cruzar la calle, me tomaba de la mano. Y divisaba el kiosco morisco imponente. Y siempre el recuerdo del osito.

Llegando a la adolescencia y con la influencia de la sociedad que con su presión* te hace creer ser lo que en verdad no eres, le di la espalda a mi colonia, que cada vez más tomaba rasgos de barrio popular: como toda adolescente quería ser parte de una elite, pero esto duró poco por fortuna: “… la madurez va ganando paulatinamente la batalla”. Un tarde, regresando de la universidad caminando por la calle principal de la colonia donde estaba el edificio donde vivía, me embargó un sentimiento de orgullo por mis padres, por mi colonia, mi familia, orgullo de mi niñez, nada le faltaba nada le sobraba, simplemente porque así había sido; fue el momento que Arnulfo Herrera llamaría “reconciliación con el mundo adulto, la reconciliación de nuestro pasado, de nuestro Yo en toda su integridad”.

De esta forma experimenté el sentimiento de patria que el mismo Herrera define como:

(…) un reflejo de nosotros mismos. Un reflejo que nos defiende de la soledad. Como si al colocarnos frente al espejo pidiéramos ver, de golpe, no solo nuestra imagen de individuos, sino también la imagen de nuestros antepasados y la de nuestros descendientes y la de todos los seres próximos junto a los cuales crecimos y de quienes llevamos algo apenas perceptibles (…). Irrumpe entonces, en la conciencia, la fuerza de ese amor a la colectividad y a los lugares que conforman en escenario de la patria intima.

era el reencuentro con mi colonia, mi Alameda con su Kiosco morisco donde tantas veces jugué viviendo momentos en los que no hay ni pasado ni futuro y apreciamos y valoramos el presente en toda su dimensión. Estaba precisamente en el “escenario de la patria misma”.

No fue casual que al explorar mi faceta artística y tener el lienzo frente de mí haya decidido pintar La Alameda de Santa María la Ribera, o más bien la representación de la alameda que me hice, donde el oso le dio título a la obra. Desde luego que ahí descubrí que no estaba dotada para las artes plásticas, pero ¡qué importaba eso, si a través de mi pintura había plasmado el símbolo de mi identidad, de mi colectividad! Me había mirado en el espejo donde me vi a mí misma y a todos los que me habían acompañado en la conformación de mi biografía.

Los lugares donde crecimos y a los cuales amamos por habernos dado el referente “yo y el mundo exterior”, es el mundo social, que intentamos descifrar e interpretar en nuestra vida cotidiana en el mundo intersubjetivo, dándonos así la posibilidad de integrarnos a la colectividad y a su cultura con su universo simbólico y tener un sentido de pertenencia; de la misma forma ese mundo se ensancha hasta conformar un realidad más grande llamada México.

Ha pasado tanto tiempo después del suceso del oso, que dudo si haya sido cierto lo que he relatado, aún me queda el sentimiento de no tener una explicación que me satisfaga sobre el porqué no estaba el osos ahí, pues éramos las únicas personas en el parque, además el sitio no estaba bien alumbrado como para que lo hubiese podido distinguir alguien más; por otro lado, el tiempo que tardamos en regresar para recuperarlo fue en realidad muy corto. Y es extraño, pero cuando les he preguntado a mis tías y hermanas del suceso traumático, me dice, “¡De verás?, no me acuerdo”, o “creo que sí, pero no me acuerdo muy bien”. ¿Por qué en cambio yo si me acuerdo?, la respuesta es que cada quien vive las cosas de manera muy diferente, le damos el significado a las cosas y a los hechos de acuerdo a nuestra subjetividad. Y tratándose de la capacidad fantasiosa de los niños y niñas, creo que hasta bien pude haber inventado esa historia del oso, al menos tal cual la recuerdo. Hay algo ahí que no he podido descifrar.

Creo que lo mejor es pensar que el Dios Pan, que habita en los jardines, bosques y matorrales, se llevó aquel oso de peluche para obsequiarlo a alguna de las ninfas que moran ahí y llamar su atención. Esta explicación me deja más convencida y tal vez ya deje por la paz ese recuerdo..



*La presión hace que cambiemos muchas cosas en nuestras vidas, desde la manera de vestir, los gustos de música, las amistades con las que convivimos, etc. (Ver dave, Ensayo Identidad y Cultura, Turismo Sustentable, U Caribe, Cancún Quintana Roo)

martes, 8 de septiembre de 2009

El amor a la patria


El amor a la Patria
Arnulfo Herrera.
Síntesis y comentarios.

Arnulfo Herrera hace un escudriñamiento sobre el significado de Patria. Antes de decirnos algo sobre esto, nos explica qué no es la Patria, para finalizar diciendo lo que a su aparecer simboliza este concepto tan abstracto.

La patria para AH no es la entidad del mapa que los novohispanos veían asemejando su contorno a una cornucopia.[i]

Tampoco es el ámbito geográfico-político que proclamaban los liberales decimonónicos, la Patria de la historia oficial. Tampoco patria es—nos dice Herrera-- una comunidad imaginaria donde todos somos iguales ante la ley, con los mismos derechos y obligaciones; ni tampoco es el ente abstracto e intangible que fomenta el civismo escolar con “las amargas ceremonia de los lunes”.

En realidad –afirma AH—se trata de una patria más íntima. La patria que conforma nuestro pasado y reencontramos en las conversaciones de nuestra generación; pronunciación de las expresiones familiares, la que reconocemos en un paisaje que se parece al que mirábamos desde la ventana de nuestra casa materna.
Herrera nos habla de esa Patria que percibimos en lo más cotidiano… en fin, algo más entrañable y la espontánea que la ofrecida en los símbolos convencionales, el mapa el escudo, la bandera, el himno, la virgen de Guadalupe.

AH ve a la Patria como un sentimiento como un reflejo de nosotros mismos, pero también un reflejo de nuestros antepasados, o simplemente de todas las personas junto a las cuales crecimos.

Llega a la conciencia entonces la fuerza de amor a la colectividad y a los lugares que conforman el escenario de la Patria íntima, dice AH.

“Desde niños nos entrenamos en la permanencia a una colectividad, nos sentimos amparados por la familia, por el equipo de futbol, por el grupo de amigos que viven en la misma calle, por la camaradería del barrio, por la filiación a nuestro grupo escolar, gritamos una porra por la escuela que participa en diferentes torneos, y así la experiencia colectiva se va ensanchando hasta configurar aquella imprecisión que llamamos Patria.
Tal vez más adelante, el egoísmo de la adolescencia nos lleve a poner en duda los valores que nos inspiraron esas colectividades. Plenos de energía, el horizonte que se eleva entonces ante nuestros ojos hizo que cambiáramos la seguridad familiar por el llamado de la aventura que ofrecía la aventura de la calle. Se trata, lo sabemos, de un estado pasajero.
La recuperación con el mundo adulto es también la recuperación de nuestro pasado, de nuestro Yo en toda su integridad”.
A veces recitamos un espejo para revalorarnos y no es esto un acto de narcisismo –nos dice el autor comentado--, al ver nuestra imagen nos rescatamos del vacío que a veces sentimos por las situaciones difíciles por las que atravesamos. Arnulfo Herrera toma el ejemplo la historia del personaje mitológico Polifemo, el cíclope, que al ser despreciado pro la ninfa Galatea por feo, se sume en la contemplación de su imagen, pero no ve a un hombre despreciable sino a un ser con muchas virtudes. Tratando de recobrar su autoestima.

Herrera continúa y nos dice: “Hay otro tipo de espejos que son capaces de devolvernos una imagen mucho más profunda de nosotros mismos que comprende toda la estructura de nuestra personalidad… Es aquella imagen que lleva consigo la remembranza de nuestros ascendentes.

AH nos ejemplifica esto con una escena de la película El Rey león (Walt Disney Pictures, 1994:

"Ha transcurrido ya un buen tiempo desde que el pequeño león Simba llegó con Timón, la comadreja, y Pumbaa, el puerco espín. Iba huyendo de las hienas, de su tío Scar y, sobre todo, de su propio remordimiento por la muerte del rey Mufasa, su padre, en una terrible estampida.

La comadreja y el jabalí acogieron al cachorro en natural hábitat, le enseñaron los secretos de una vida despreocupada ("hakuna matata"), fácil e irrespon­sable. Sumergido en los placeres sencillos de aquel paraíso selvático pero degradado por el abandono de su dieta natural y por el olvido de su condición leonina, Simba permanece aletargado en el ejercicio de una felicidad poco decorosa; aquella de los desharrapados, los tunantes y demás canalla que no alcanza a vislumbrar la existencia de otra forma de vida menos indigna y por eso se ufanan de su condición miserable. Algo, sin embargo, rompe con el encanto de esta cotidianeidad de filósofos cínicos (y "peripatéticos") que habían alcanzado Simba y sus contlapaches: el inesperado encuentro con Nala, amiga de la infancia del joven león, que ha salido en busca de ayuda para la manada, pues el usurpador Scar era incapaz de conducir el reino y librar al hábitat de la devastación ocasionada por las malas costumbres de las hienas. Repuesta de su asombro inicial (del mismo modo que todos en su familia, ella lo creía muerto) y luego de un tierno reconocimiento, Nala le recuerda a Simba sus reales deberes para con la manada, así como el llanto de Sarabi -su madre- por el hijo y el marido perdidos en la estampida y trata de que éste asuma su identidad de príncipe heredero. El león se niega rotundamente a dejar la vida disipada, pero no puede evitar la crisis que le produce aquel encuentro. Apartado de sus amigos y de Nala, mirando el cielo de la noche, recuerda que su padre le dijo una vez que siempre estarían juntos porque, como sus antepasados, él lo estaría mirando desde las estrellas para guiarlo:

-Los grandes reyes del pasado nos miran desde las, estrellas. Ellos estarán siempre ahí para guiarte... y yo también.

Pero no era cierto porque en ese momento que tanto lo necesitaba no podía sentir su presencia en el cielo. Y la culpa de todo, sin duda, la tenía él, Simba, por haberle ocasionado la muerte.

Lo que sigue es la parte del film que nos interesa para hablar del espejo. Rafiki, el sumo sacerdote y cronista del reino; un simio sin edad pero presumiblemente cargado con la sabiduría de los viejos consejeros, había oteado en el viento que Simba vivía aún, que ya era un león fuerte y que podía salvarlos a todos de las ruinas en que los tenían Scar y las hienas. Sólo restaba encontrarlo y convencerlo de que regresara a retar a su tío. Yendo pues "en su busca, Rafiki lo halló en medio de aquella angustia por el pasado, justo cuando estaba mirando al cielo con la esperanza· de vislumbrar en las estrellas una solución para su conflicto existencial.

-¿Quién eres?-. Preguntó Simba algo sorprendido por el aspecto exótico de aquel simio que bailaba a su alrededor.

--La pregunta es ¿quién eres tú?-. Corrigió Rafiki.

-Yo soy Simba-'. Dijo el león, poco convencido de que su nombre le dijera algo a aquel intruso.

-Eres el hijo de Mufasa.

-¿Conociste a mi padre?- . Preguntó intrigado Simba.

-¡Corrección! Conozco a tu padre.

Le dijo que Mufasa estaba vivo y que lo llevaría a donde se encontraba. Hizo que lo siguiera por entre los árboles, hasta un río. 'En el espejo que formaba el agua señaló la imagen de Simba. Por un instante el felino creyó ver a Mufasa en su propia imagen, pero apenas recuperado de la impresión que le produjo la semejanza entre él y su padre muerto, replicó molesto:

-No es mi padre. Es un reflejo.

-¡no! Ahí está –insistió Rafiki-: ¡míralo! Él vive en ti

El experimento del gurú dio resultado. El parecido físico despertó al chico repentinamente del hipnotismo que le había producido la vida sin reglas de aquel improvisado paraíso. Luego de un momento de confusión, Simba pudo comprender las palabras de su padre. En efecto, siempre estaría con él para guiarlo y aconsejarlo.

Como en todo saber revelado que irrumpe en la conciencia gracias a las cosas más humildes, supo de pronto que Mufasa vivía en su interior y que eso estaba a la vista, en aquella imagen que le devolvía el agua. Podría sentir su presencia cada vez que contemplase las estrellas o mirase en algún lado el reflejo de su cara. Había hecho muy mal en olvidar a los suyos y en olvidar quién era él.

Con ese sencillo recurso del espejo y con la connivencia de las circunstancias, Rafiki - consiguió la iniciación de Simba. Se había convertido en un león adulto. Estaba listo para volver a su patria, retar a Scar y, lo más importante, poner en claro la muerte de su padre, de la que se consideraba culpable pero era inocente”.

AH retoma nuevamente el tema del espejo como metáfora del reconocimiento que uno debe hacer de la identidad personal e identidad colectiva:

“El espejo nos da la posibilidad de recuperar en nuestra propia imagen la reminiscencia de los antepasados que viven en nosotros, y con ellos toda una serie de valores. Comenzando con la identidad colectiva que refuerza y le da un profundo sentido a nuestra individualidad. El espejo de Polifemo nos devuelve sólo el amor propio. En cambio el espejo de Simba nos trae un descubrimiento del sentido de nuestra existencia. Uno representa la autoestima del individuo; el otro, la memoria de la especie. Uno contiene el placer y la integridad del Ego; el amor a la vida en su estadio más primitivo. El otro contiene el deber y la conservación de nuestra primera patria, la familia. Ambos se, complementan para la subsistencia de todo cuanto somos, como individuos y como sociedades.

Recuperados estos dos reflejos, estamos en posición de acceder, ya no a una imagen "motivada" --en el sentido técnico, el que usan los semiólogos-, sino a uno de esos signos que nos remiten naturalmente al encuentro de la colectividad. Éstos son ya símbolos, cuya referencia podemos entender aunque sea oscuramente, sin estar muy conscientes del sentido que podamos tener frente a nosotros, del significado que puedan tener esos símbolos. La patria se hace presente inesperada e involuntariamente en cada estímulo de nuestros actos cotidianos para cobijar el repentino desamparo y volvemos fuertes por la pertenencia a un ser colectivo, aun cuando estemos ausentes y sintamos nostalgia. Acto seguido, repuestos de la nostalgia, con la fuerza del ser maduro que hemos logrado gracias a la experiencia de la vida, estamos en posición de devolver el gesto. Estamos listos para actuar por ella.

Nos debemos a la conciencia de pertenecer a un grupo. Y esta fortaleza nos reconcilia con el mundo y con nosotros mismos. La plenitud que nos llena no proviene entonces de la retórica difundida por el Estado; es la convicción de un amor que viene desde nuestro nacimiento (que existía aun antes que nosotros) y que se forja y se agranda en el trabajo de cada día, de cada momento en que habremos de ser nosotros mismos y podremos, orgullosamente, gritar nuestra filiación, reconocer nuestros rasgos, vemos en el "espejo impecable y diamantino" como la patria que llevamos dentro”, concluye AH.



_________________________________
[1] El cuerno de la abundancia, según la mitología griega era el cuerno de la cabra que había alimentado a Zeus de bebé, él lo arrancó y decidió que quien lo poseyera tuviera toda clase de riquezas.

Temas de exposición

jueves, 3 de septiembre de 2009


Koré de Eutídicos.Fue encontrada en la Acrópolis en 1882. (hacia -500 a. de C.). Es una de las priemras obras que salen del anonimato.